martes, 24 de agosto de 2010

Un sueño despierto (parte II)

Aparezco durmiendo, en la esquina junto al baño de un patio de comidas. Camino entre desconcertado y cuidando mis pertenencias que quedaban atrás en el colchón, tras pensar que nadie lo tocaría porque no van a tocar en los andrajos de un linyera que recién se levanta, sigo caminando hasta el patio central.
Un techo todo de vidrio, tipo una bola de Epcot o el Planetario, y las mesas las habían corrido todas para poder sentarse en el suelo y ver una pantalla gigante que les mostraba “los resultados”.
Se estaban enterando, como quienes miran la final de un mundial de fútbol, cómo iba la reunión en la que había estado espiando.
Ellos eran los que seguían el cabeza a cabeza en las estadísticas publicadas con la fuerza de la comunicación mediática para todo oído que se preste. Y el mundo estaba ahí, consumiendo en vivo y en directo lo que allí pasaba.


Me despabilé al toque. Ofuscado, me dije que les transmitiría a todos lo que vi.
Me paré frente a la pantalla, como quien tapa la tele del living familiar para llamar la atención y anunciar algo.
Mi figura abarcaba lo mismo que dos o 3 pixels de la pantalla en su totalidad, me sentía un punto en el planeta mismo.
“Gente, vengo de estar ahí, no van a decidir nada, están hablando temas teóricos y de buena verba pero no conducentes, no quieren llegar a un acuerdo, no es lo que les interesa”, llegué a esbozar, para arrancar y sentirme encolumnado con la verdad que venía a revelarles.
Silencio por un rato en los que llegaron a escucharme sin micrófono alguno en semejante espacio envolvente. Vuelta al ruedo con el grito del conductor de turno que anuncia un “giro de los Estados Unidos (del Rïo de la Plata, de América, de Latinoamérica, del planeta tierra) en su diplomacia en la búsqueda del cambio y el bien común”.
Me indigno. Apelo a lo más llamativo que podría hacer para no perder la atención que se empieza a dispersar nuevamente. Y me pongo en bolas y a gritar.
La gente se queda mirando entre indignada y atenta y les explico que allá adentro, las autoridades del mundo están reunidas, pero no iba a salir nada relevante de allí, porque no tenían interés que eso pasara. Que el cambio tenía que venir de cada uno.
Se nublan. Nuevamente paso a integrar la nada, el espacio fantasmagórico en donde estamos en el lugar pero sólo para ser contemplado, analizado, desgranado, sin intervenir, por más que gritemos, lloremos o pataleemos.
Estas afuera.

Y de entre la neblina, las caras nubladas como todo un desfasaje de televisión para no saber quién se oculta detrás de esa imagen, sale una figura más nítida. De una gran funda neblinosa que ocupaba el llano, se empezó a desprender como una oruga al querer ser mariposa, una persona que me invitaba a olvidarme de lo que les estaba queriendo mostrar a la teleplatea, al espectador, a la audiencia, y que saliéramos a correr alrededor, a los saltos, en movimiento ascendente, sin darnos cuenta, como una espiral, que supera la instancia relevante del más acá que vive en su día a día la gente, que les ocupa y hasta preocupa, pero los aísla de eso que está más allá, y que no todos quieren enterarse.
Si todos vivieran a conciencia no existiría el mundo de la industria armamentista, ni la farmacéutica, ni infinidad de cosas pensadas para protegerse del mal, pero no es del mundo de los imposibles que quiero hablarte, para eso buscaré otra rima.
En lo concreto, te saliste de entre la multitud a hacerme olvidar por un rato el interés por transmitir lo que pienso y creo, apenas si me dijiste “vení, vamos” y te largaste a volar, a ver si te seguía, estirando tu mano, invitando a ir.
Y ahí se acabó. Se fue. Más que como un final feliz, de esos que la cámara sube y se pierde en una imprecisión, fue como un apagón, de esos que sorprenden en el momento menos oportuno y hace que ya estemos pensando dónde hay velas o alguna luz con la cual iluminarnos.
A ver qué toca ahora.
Acá estamos, poniendo la carita, a la cruel realidad.
 
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