lunes, 31 de mayo de 2010

De roles y discriminación liberada

El que discrimina está, en primera instancia, mostrando un enojo con su modo de vida. Discriminar implica y requiere un egoísmo calificado, sacado de las entrañas.
Multiplicar dramáticamente está en las antípodas del juzgar, condicionar, acotar.
Cumplir roles asignados nos abre el juego y el panorama de los personajes que tenemos más guardados -¿otra forma de discriminar?- y que salen a flote a fuerza de ofrecernos como yo auxiliares posibles para desatar el maremoto grupal.

Las escenas, cuanto más amplias y libradas a los intersticios de percepción personales, más jugosas se vuelven.
Las resonancias, cuanto menos pensadas y más libradas a lo que salga, mayor será su efecto. ¿Más? ¿Menos? ¿De qué efecto hablamos al describir lo que creemos pasó al jugar?

Efecto cascada. Una cosa lleva a la otra, y me pregunto si me pongo en pretencioso al querer que todos se ofrezcan sin delimitar la existencia de un coordinador fijo. Sólo por expresión de deseo, de liberar los hilos que conducen el desarrollo grupal.
El que pide no es siempre al que le falta, muchas veces es quien no ofrece reparos para dar.

La música es intercambio, y el que no está abierto no lo podrá recibir. ¿Cuánto hay de relajar y sentir el cuerpo? ¿Y cuánto de quererlo compartir?
Lo individual y lo común se tocan, la unidad es la máquina viva que se permite hilvanar.
Al darse desde lo no discriminatorio se está dispuesto a brindar.
La ira se expresa en bronca, la bronca en agresión, que no es más que otra sensación que pasa y permite amoldarse a un nuevo rol.

viernes, 28 de mayo de 2010

Malestar pronunciado

Intentar estar siempre dispuesto a hacer lo que sea necesario es de un cansancio agotador. Hay días que tengo ganas, y otros, como hoy, que estoy cruzado, desganado, con más voluntad para que pasen las horas sin ningún sentido y curso que para emprender y aventurarme en las cosas que realizo.

La neurosis se hace manifiesta principalmente cuando nos vemos obligados y forzados a hacer algo que no nos da ganas pero aún así lo hacemos. Es un desencadenante de los principales infortunios de nuestra vida. Tenemos que tener espacio para hacer de nuestra vida lo que verdaderamente queramos, según el día.

¿Cómo puedo trabajar y ser útil y funcional a lo que hago si me siento desganado y falto de motivación? En esos casos ¿no sería mejor que nos den –o demos- vía libre a proyectarnos en nuestros propios deseos y voluntades?

Quiero tirarme a dormir y despertar mañana. Si así fuera, ¿qué tiene de malo? ¿Hay que responder a alguien que nos obliga a hacer lo contrario?

En esta sensación también suelo sentir que lo que hago, incluso lo que estoy escribiendo ahora mismo, es una verdadera cagada. Y sé que no es así, pero no puedo amoldar mi pensamiento según la conveniencia. Aceptar que hay días de mierda es parte del crecimiento. No romperse la cabeza por que eso cambie, sino dejar que decante, entender la pronunciación del cuerpo y la mente para darle paso a ese personaje interno que nos hace creer que todo esta patas para arriba.


Luego, si dejamos que se adentre y se exprese ese malestar, a las horas, o quizás al día siguiente, habrá depurado, y nos podremos sentir mejor o no, pero ya no como se estaba. El tema es cuando se traba eso, o se tapa, entonces se convierte como en un atascamiento que no hace más que engrandecer la bola sin manija que nos lleva a sentirnos peor. Pura neurosis, manifestación de desagrado por no poder hacer lo que realmente queremos.

Quiero dejar que este día pase. Y pienso hacerlo. Porque mi única obligación es conmigo mismo. Con mi conciencia, con mis estados, y es allí donde me siento falto de ganas hoy. Y es hoy, no significa que sea así mañana. Ni ayer. Hoy estoy mal. El desagrado será por lo que venga a hacerse presente. Y si creo que no es así, no dejaré que se pronuncie lo que tiene que. ¿Qué? Que me dejen de romper las bolas los que piensan que estar bien es lo que prima.

A mi hoy no me da ganas ni puedo sentirme bien. Y no soy más o menos por eso. Pura materialidad y necesidad productiva de una manga de boludos que piensa que así rendiremos todos más y habrá más productos materializados. No vivo de los productos, apenas si compro lo necesario, y brindo servicios que si estoy mal no sirve hacerlo. Así que, en concordancia con la grisura del cielo hoy, me voy a dedicar a hacer pasar el tiempo, dejar que se pronuncie mi desagrado, y a tratar, apenas eso, de no hacerme daño, que es lo que se suele hacer cuando no se puede dar uno espacio para que lo malo o incómodo se haga manifiesto.

Y si no te gusta lo que digo, a vos –a mi- te lo digo, andate a cagar. Porque no me importa lo que pienses, apenas si puedo moverme de acuerdo a lo que me vibra hoy. Y hoy es hoy. Mañana quién carajo sabe.
No me molestes más y recién ahí veré qué me da ganas. No si me obligás a hacerlo. Esa presión al pedo me la paso por el culo. Y los días como hoy, donde uno se siente mal, suelen ser sentidos como con el culo sucio. Así que mejor me dejo de hinchar y me voy a hacer lo que mi cuerpo me indique. A cagar.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Que lo llevan adentro

Entender a los fanáticos de fútbol, esa especie que por estos días se multiplicará por el exitismo y exceso de protagonismo que genera ser un patrioterista –mezcla de patriota y populista-, es algo que amerita una revisión.
Están los que disfrutan de ver ese deporte, sobre todo cuando se trata de un encuentro entre estrellas como es un Mundial, y se puede sorprender el espectador ante obras de arte con una pelota en los pies.
Como suele ocurrir en este país, están los extremistas de un lado, y los que se expresan del otro, completamente en contra de la aberración de estar estupidizado por un mes delante de la pantalla viendo patear una pelota a los sudafricanos con los mexicanos, por ejemplo. Pero hay una tercera vía, que somos los civilizados y aún así amantes del fútbol, que esperamos y queremos que esta camada de jugadores argentinos dejen plasmada su categoría en una consagración histórica.

Existe una canción de cancha que explica el sentimiento de quien lo vive como un evento relevante: “porque los jugadores, me van a demostrar, que salen a ganar, quieren salir campeón, que lo llevan adentro, como lo llevo yo”.
En mi caso me aflora más con el equipo local, la pasión se traslada a un color y no tanto a un país que debería sentirse impulsado por otros logros, desde luego.


Pero también, al recorrer en alguno de estos días la 9 de Julio, o ver Corrientes llena de gente a la madrugada, se percibía cierta necesidad de festejo, de tener un motivo para celebrar, sea por el bicentenario de la creación de la patria -o de Argentina como concepto- como por un lucimiento de Verón para asistir a Messi, el abroquelamiento de Mascherano, el jefe, o una pirueta de Carlitos o el Kun. Que Maradona, justamente, esté en la dirección técnica es casi utópico y de película.


Sentirse argentino puede expresarse de variadas maneras, y por estos días pareciera que hay un muestrario de seres que despiertan a la idea de que es un orgullo y hasta una pasión ser argentino.
Empezando por que el ser argentino es principalmente una eventualidad geográfica, la sociedad argentina y sus aconteceres históricos no creo que sean dignos de enorgullecimiento, en su gran mayoría, y merece más un repaso y recapitulación de lo acontecido -con un aconsejable mea culpa- que ese patrioterismo barato del que reclama y se embandera en pedir que las Malvinas vuelvan a ser argentinas –¿alguien cree que una guerra sería beneficiosa para algo aún?- o el que cree que rezongando contra el político de turno es más comprometido con la causa social.

Habría que aprender a diferenciar más los tantos. Una cosa es el fútbol, otra el fanático, otra el patriotismo, y otra el desarrollo de un país y sus habitantes.


En estos días quedó claro que el pueblo argentino se movilizó por las calles en paz, aceptando el disenso, las diferencias, y eso es un dato más que rescatable y positivo. Lo que elija en las urnas quizás tampoco sea lo más relevante, sino cómo se comporta en el día a día.

El que caminó las calles del Buenos Aires bicentenario sabe que la seguridad se percibía sin necesidad de policía y sin desmanes. Los manes, la muchachada, se portó esta vez.
Esperemos que los muchachos, esos 23 gladiadores por un mes, sigan trayendo alegría.

viernes, 21 de mayo de 2010

Contrastes, un estado en la mente

Vuelto de comer con un amigo. Me planteo que si uno funciona por contraposición, poco tiene sentido en la propia vida. Si alguien nos cuenta que está desorientado por determinada razón, y uno opera sintiéndose tranquilo porque entonces no está tan mal, es inconducente, sin sentido, y nos llevará al ocaso.

Contraponer el estado personal al de quien nos relata cómo se siente es de poca monta, y hace que no se pueda escuchar bien qué lo aqueja al otro. ¿Por qué habríamos de compartir pareceres o sensaciones? El intento de equilibrar la balanza ante quien nos antepone su malestar no es digno ni hace que nos elevemos más que lo que la tarima de ocasión nos permite.

Sino, ante una buena noticia, ¿acaso tendríamos que sentirnos tristes por no estar a esa altura? Muchos operan con ese mecanismo reactivo. Puras falacias, mezcladas con la alucinación de simbiosis impropia e intempestiva. Es aconsejable permitirse que la sensación personal vaya en otra senda distinta a la de las personas que ocasionalmente nos rodean o cuentas sus temas.

Un tema es el otro, otro es uno.
Que buscamos aliarnos y contarles qué nos tiene mal –o bien- a alguien que sentimos en sintonía es lógico y conductivo, pero eso no se emparenta con tener que sentir lo mismo o, en caso de espejos refractarios categóricos, lo opuesto a quien elegimos como interlocutor.

Ocurre que para vivir feliz, o intentarlo, ante tanta gente que transmite su pesar, su lenta agonía en este ámbito en el que nos desenvolvemos, hay que armarse de una coraza, y aún así es imposible sentirse pleno. ¿O podés decir que la vida te sonríe ante alguien que te llena de su propia pesadumbres?

Eso no implica igual la necesidad de vernos afectados por esos dichos a grado tal que nos identificamos y accionamos acorde a su sentir. ¡Es suyo! ¡No nos pertenece!
Y vale aceptar que el otro tampoco está buscando que nos pertenezca, que lo hagamos carne como si estuviéramos igual de tristes que el personaje en cuestión.

¿Quién nos contó el cuento de que el otro se siente más acompañado si le mostramos esa cara? ¿Acaso el pinchado busca alguien igual para escoltar su desdicha? En estos vertiginosos tiempos donde el hipersensible peca de inestable y, en momentos de resguardo, de desensibilizado, y el que no se cuestiona nada pareciera fuerte y decidido, sentarse a reflexionar estas cuestiones, de identificación, parentesco, e incluso límites individuales y grupales, es crucial para no bajarse del barco cuando no está en peligro de hundirse, o para aprender a saltar a la balsa cuando la venida a pique es determinante y se avisora inminente.

En cualquier caso, el salvavidas siempre es de uno, si alguien te agarra o te aferrás a él, te convertís –o se convierte- en ancla, yunque, lastre, y sacarte(lo) de encima es lo más aconsejable. Para no morir en el intento. La compañía excesiva puede convertirse en soga al cuello.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Ahogo entregado a la acción

La contradicción propia de toda determinación relevante. Como que algo hace click y nos vemos en esa instancia de uno y otro modo, de aquí y de allá.
Negación. El síntoma representado en lo que se pega, se adosa a las paredes y nos ata, incluso en la contradicción misma del goce, de la cercanía con la muerte y de las fibras que toca, que en un principio son el velo, el túnel vaginal a recorrer para salir del útero materno, otra asfixia para salir a la vida.
Se somatiza lo que no sale. Psicodramatizarlo es entregarlo a la caja de resonancia grupal, parimos al hijo y nos desprendemos del engendro. Muta a nuevas perspectivas e incluso necesidades del conjunto y el individuo.
Cura, pone el parche a la hendidura y enmienda lo ocurrido –remite a imágenes pasadas, evocación, por esencia- y ayuda a avanzar en tiempo presente.

lunes, 17 de mayo de 2010

La valoración

Darle valor, importancia, relevancia a un acto o una persona es parte de la conciencia que le entreguemos al instante para darle la categoría que se merece.
Aprender a codificar –porque algún código tiene- la psiquis humana es de una diversión tal que por esa sola razón vale la intención de darle valoración a cada evento que se nos presenta.

Pongámosle que la gente cercana sabe qué le pasa a uno, sin necesidad de decirlo. Que presienten la onda en la que gira nuestra energía y la reciben. Eso sería en un cuento de hadas, incluso en una perspectiva un tanto egocéntrica, porque ¿por qué habrían de ocuparse de lo que le pasa a uno?
Quizás presienten otras tantas cosas, y no tienen tiempo de ocuparse de nosotros.

Aprender a hacer las cosas lleva tiempo, estrés, equivocación, fuerza, perseverancia, capacidad de soltar la postura acomodaticia en la que nos solemos cobijar con tal de no dar un paso más de afirmación personal.

Normalmente, las personas creen estar haciendo lo imposible por evolucionar, crecer, poder dar más de sí, pero en esa definición está la razón por la cual pocos logran sentirse así de acabados con su vida cotidiana.
Más que lo imposible, habría que intentar hacer lo posible, por una cuestión de hacer eje en lo que se puede hacer para remediar o resolver algo.
La elección está en uno, si acotar la idea base a la creencia de que se hace lo IMposible o inmiscuirse en el camino de dar con la forma de sumar experiencia y adquirir conocimiento para luego hacerlo mejor.

La dedicación y el saber no hacerse el boludo con lo que ocurre es crucial para aprender a distinguir lo que hay que corregir en el trayecto. Porque siempre habrá algo que rever, modificar -no así de criticar, autoflagelándose inútilmente- pero será diariamente que nos ocuparemos de hacerlo.
El valor que se le da a lo que se asume y acepta atravesar es el paso inicial para sortear cada vez nuevos obstáculos. Estarán, pero se habrá aprendido a superarlos, con lo ya recorrido, con lo que nos animamos a ver.

viernes, 14 de mayo de 2010

Creer, devolver, entender


Matar el tiempo no es vivirlo. Es pretender que pase sin pena ni gloria. Es no tener planes para él -para uno- más que que se suceda y no deje nada relevante al paso.

Ponerle mucho análisis a un mismo tema es como pretender desmembrar en palabras algo que no amerita más que un touch y ver qué ocurre, no desde el pensamiento, sino desde los hechos.

Devolvela redonda. Es una expresión muy usada en el ámbito futbolístico, pero que hoy día siento que aplica a bastantes vivencias que estoy atravesando. Pedirle a alguien que te la devuelva redonda significa que pretendés construir paredes con él, y que si le das un pase (de pelota) bien dado, tenés ganas de que sea recíproco y que te llegue al pie.

Creérsela, hacerse valer, tener conciencia de lo que uno es, es un arma de doble filo, porque se puede tornar creído mal llevado o conducirnos a la soledad absoluta.

Creérsela, bien entendido, es saber hasta dónde se debe repartir el propio sentido de realización y cuándo hay que esforzarse para obtener una devolución acorde.
La monocorde no ayuda más que a estar comiéndose la cola.


Nota: las imágenes son todas obras de Dalí, de distintos períodos.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Historia cercana de quién sabe qué

Primero se trata de entablar vínculo, para permitir conocerse. Uno cree que conoce a esa persona selecta hace un montón, pero la realidad es que hace pocos días –incluso horas- cada cual hacía sus vidas, sin tomar registro de la existencia del otro.
Las coincidencias, los planetas, o quizás el mero deseo de establecer esa relación con alguien hicieron que se crucen, y que empiecen a hablar.

Con el tiempo uno va notando lo difícil que es poder construir diálogo con alguien sin que se presenten trabas limitantes, externas o propias. Porque lo exterior, la apariencia, es una primera aproximación al ser que nos llamó la atención, por algo, por un minúsculo detalle que nos hizo acercarnos.
Como hombre, y por cultura, uno es el que tiene que tener la idea original, ingeniosa, que le despierte primero una sonrisa. Creo que si no hay sonrisa en un acercamiento, pocas cosas harán que ella quiera acceder a conocerte íntimamente.


El punto es que ese día tenés que sentir una iluminación, un mensaje del más allá, que te permita entablar palabras con esa mujer que se destacó del resto por esa minucia que te llama a indagar.
En la ciudad es más difícil construir vínculo desde cero en un lugar social, porque la urgencia, la histeria –no necesariamente propia de ella, sino del ambiente, de la bendita onda-, el acelere magnificado por quién sabe qué premura, hace que muchas personas se decidan en la primera oración que le transmitas si seguirán queriendo charlar con uno.

Uno, esa persona que requiere de energías extremas para dar el paso, que si se piensa mucho es fatídico o decisivo, y sino es simplemente darle cuenta a esa femina que nadie puede llamarle más y abstraerla más de esa situación –loco es que pretendan salirse del espacio que ocupan, sentirse flotando en quién sabe qué- que uno, aún sin siquiera estar convencido de eso, y que lo que salga de chachara en ese instante será llamativo, un pie a que ella siga con el correlato, y que se hilvanará una cosa detrás de la otra para que el vacío –muy común en todo desarrollo normal de una charla- no aparezca y parezca que llena todo el espacio de un infranqueable efecto lividinoso. Que encima el hombre debe pasar por alto de una manera solemne, y a veces hipócrita, si pretende algo más que una sola noche con esa femineidad hallada entre tanto maremagnum visual que contempla a su alrededor. No sea cuestión que piense que nos queremos encamar con ella en ese mismo instante…

¡Seamos sinceros! Si tanto esfuerzo y dedicación implica dar con ella, qué tendría de malo pretender tenerla en nuestras sábanas ese mismo momento en que se está construyendo quién sabe qué. La mente se escinde, y debemos respetar el desdoblamiento para que nada de lo que pensamos en la inminencia destruya lo que queremos construir quién sabe con qué período de tiempo a futuro.
¿Alguien piensa en la temporalidad venidera cuando está en esa situación? No importa, respetá los pasos a dar, no sea cuestión…

Y luego, después de creerse amigos por un momento sublime y mágico, de sentir que su sonrisa ilumina el ambiente y da paso a circunstancias inimaginables, ella se comportará como si no hubiera pasado nada al llegar la oportunidad –muchas veces obligada por los amigos/as que los acompañaron- de despedirse y buscar una forma de acercamiento vía telefónica en el mejor de los casos, o por mail en estos tiempos posmodernos.

El beso suele ser la recompensa mayor si se sabe acceder, pero no siempre es efectivamente consagratorio. Otras, quedarse -y dejarla- con las ganas puede ser el anzuelo para un venidero encuentro.
Es la forma más comúnmente aceptada de acercamiento de historia entre sexos opuestos en la ciudad que todo lo deglute. Incluso las aspiraciones de superación de la convencionalidad. Quién sabe por qué…

lunes, 10 de mayo de 2010

La nuestra

Es muy loco pensar que depende del ánimo y lo que sentimos en el momento la capacidad de defender nuestra posición ante una situación. No es que tenga mayor intención que saberme dispuesto a enfrentar lo que me aqueja, pero la voracidad de las personas pareciera que se ve reflejada en la lupa que uno les muestra, la disposición a escuchar y hacerle frente a lo que vayan a sacar de su vaina.

¿Hace falta conocerse demasiado para saber que lo que nos invada en el instante preciso en que pisamos el palito no es lo que prevalece? Lo eterno, lo que se hace eco constante, es la sensación de sentirnos plenos, pero no siempre pasa. Hay momentos en que no podemos sostener, incluso, lo que pensamos con fehaciencia, y ahí los buitres andan agazapados para hacernos creer algo que no es tal.

Recién al volver a nuestros cabales podremos distinguirlo. ¿Y si decidimos bajo el influjo de esa mala idea? Es por eso que vale inmiscuirse en el autoconocimiento, porque podremos distinguir que no es lo que verdaderamente, de corazón, queremos. Y dejaremos pasar la vuelta. Le diremos que no a la sortija que se nos ofrece para que la agarremos y pensemos que tenemos una oportunidad distinta. ¡Falacias! Son historias ajenas que nos tocaron de refilón, y uno resonó en consecuencia. No es recomendable darle siempre bola a la mente. Muchas veces nos juega una mala pasada.

Al otro día, al elevar la instancia superficial de consecución, algo intangible nos dirá por qué lado ir, sin que eso implique una claudicación, más que nada es una obtención. Rara vez se trata de pura entrega, hay recopilación, hay recapitulación, hay consolidación. Si nos permitimos ahondar y darle vuelo a la canción interna, la que nos dice aunque la tapemos que el sonido va por allí, que la vuelta del habla no convence a nadie, y que tan sólo proponiéndose vaciar de contenidos y llenar de sentimientos erguidos la consumación, sólo por ahí va nuestro don.
Sin ton ni son.

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